Por esto, mis amados hermanos, todo
hombre sea pronto para oír,
tardo para hablar, tardo para airarse; Santiago 1:19.
Haré una serie
de tres artículos respecto de esta valiosa porción bíblica. Son sermones que
dio mi marido en la iglesia hace meses, que con su permiso los he adaptado para
el blog, pues me parecieron enriquecedores.
Entraremos con Prontos
para oír.
Pronto puede entenderse como listo, dispuesto o rápido.
En el Diccionario
de la RAE*, este mismo vocablo es veloz /Acelerado /Presto /Anticipado.
Oír es definido
en la mencionada publicación como: Escuchar. / Prestar atención a lo que se
oye. / Dar oídos, atender a un aviso, consejo o sugerencia.
Alguien dijo que
“escuchar es el acto más importante de la comunicación y probablemente al que
menos tiempo dedicamos”.
Otro versículo
que habla del tema es:
El que tiene oídos para
oír, oiga. Mt 13:9.
¿Será
importante?
En el Nuevo
Testamento aparece en 397 ocasiones el vocablo escuchar.
Veamos varios
ejemplos:
Ø Puedes
leer en la siguiente porción que Jesús
sabía escuchar (Lc. 24:13-35.)
Ø
En Gn. 3:9-13, Dios se dio el tiempo
para escuchar lo que Adán tenía para argumentar por haber caído en pecado.
Ø
Por
su parte, en Gn. 30:6 Raquel se sintió escuchada:
Dijo entonces Raquel: Me juzgó Dios, y
también oyó mi voz,
y me dio un hijo. Por tanto llamó su
nombre Dan.
Aunque aplicar el oído puede parecer una
actividad muy sencilla, realmente es un trabajo duro.
Actualmente, en
el mundo tenemos un gran defecto: no saber escuchar. Con el estrés al tope, se ha convertido en una
actitud más importante que saber hablar.
La mayoría de
las veces es común que no prestamos atención y sólo parloteamos, sin atender el
rumbo de la conversación e interrumpiendo la palabra del otro.
Déborah Smith,
en su libro “Confrontar sin ofender”,
señala que “escuchar no es una actitud pasiva. Requiere un esfuerzo
significativo para discernir lo que realmente se dice e incluso lo que no se
dice.”
El escritor
francés Joseph Joubert afirma: «Si queréis hablar a alguien, empezad por abrir
los oídos».
Alguien más dijo
que “el diálogo exige una actitud silenciosa de escucha atenta”.
Es difícil poder
decir algo válido al que habla con nosotros si antes no abrimos de par en par
nuestros oídos para atenderlo. Exige dominio de uno mismo. Es un signo de
sabiduría, implica atención al interlocutor, esfuerzo por captar su mensaje y
comprenderlo.
Las personas que
solo hablan sin escuchar se quedan en un monólogo egoísta y fastidioso.
Así que vamos
llegando a la siguiente conclusión: Escucha más y habla lo necesario. Cuando
escuchamos atentamente, aprendemos.
El filósofo
griego Zenón de Citium, solía decir a sus discípulos: «Recordad que la
naturaleza nos ha dado dos oídos y una sola boca, para enseñarnos que vale más
escuchar que hablar».
Hoy, en nuestra
vida de hiperactividad y estrés, existe
un gran falta de escucha atenta y serena, da la impresión de que cada uno va a
lo suyo, sin importarle lo más mínimo la necesidad de receptividad que pueda
tener el prójimo.
El auténtico
diálogo es una síntesis de apertura y disponibilidad para comprender.
Te recomiendo el
libro clásico de la literatura titulado “Momo”, de Michael Ende, que habla
sobre el tema.
Y aun te dejaré
con un cuestionamiento: Si no escuchamos a quien vemos… ¿Escucharemos a quien
no vemos?
-Edgar Beltrán.
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