Digo,
pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros,
que
no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener,
sino
que piense de sí con cordura,
conforme
a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.
Rom. 12.3.
Basado
en el privilegio y la autoridad que Dios le ha dado al apóstol Pablo, nos hace
un llamado a no creernos mejores de lo que realmente somos. En otras palabras,
a no estimarnos demasiado, a abandonar la arrogancia y la soberbia.
Que
te alabe otro y no tu propia boca;
que
lo haga un desconocido, no tus propios labios.
Prov. 27.2 (NTV).
Yo
aborrezco a la gente
que
es orgullosa y presumida,
que
nunca dice la verdad
ni
vive como es debido. Prov 8.13b (TLA).
El autoconcepto, es un conjunto organizado y
cambiante de percepciones que se refieren a sí mismo, que engloba
características, atributos, defectos, límites y capacidades.
Se origina desde los primeros años de nuestra vida, estableciéndose de manera más formal hacia los 7 u 8 años de edad, en donde se adquiere conciencia de los sentimientos de vergüenza y orgullo, y tienen una idea más clara de las diferencias entre culpa y vergüenza.
Cabe destacar que esta idea de sí mismo irá evolucionando para bien o para mal según el tipo de crianza de los padres, el nivel de dominio propio y de autonomía o co-dependencia.
¡Qué responsabilidad! Como padres formamos esas áreas fundamentales que influyen enormemente en la conformación de la identidad de nuestros pequeños hasta ser adultos. Incluyendo el caso del hijo único (que puede tener el “síndrome del niño emperador”), o aunque haya varios, tener preferencia entre los hijos, como pasó con
Jacob.
Una persona que ha sido poco valorada por otros, también puede caer en soberbia
para demostrar a otros que no es lo que piensan.
Nuestra arrogancia puede convertirnos en nuestros
propios dioses, es el caso de los perfeccionistas como yo. Henry Cloud explica
en su libro Cambios que Sanan, que
“si exigimos perfección de nosotros mismos, no estamos viviendo en el mundo
real. El yo real no es perfecto, es una verdad que todos debemos comprender.
(…)Todos tenemos muchas imperfecciones, debilidad e inmadurez que no son
nuestro ideal. Esa es la realidad.”
»Yo
soy el Dios todopoderoso.
Ése
es mi nombre.
No
permito que otros dioses reciban
la
honra y la alabanza
que
sólo yo merezco recibir. Is. 42.8 (TLA).
Hay consecuencias bastante fuertes para esta
actitud:
Al
orgullo le sigue la destrucción;
a
la altanería, el fracaso. Prov. 16.18.
(NVI)
Auch ¡eso dolió!
Pero no hay que desanimarnos, en la misma Palabra de Dios -que no solo
prohíbe, sino da respuestas- señala cómo debe ser nuestra opinión de sí mismos:
“con cordura“, que es tener la mente cabal, sobria, sana, prudente ‘controlada
por unos determinados sentimientos, intereses, etc. que estimulan a inclinarse
en una dirección específica’, tener un concepto estimativo sensato y
equilibrado.
Aquí algunos tips para analizarnos, cambiar y
lograr un equilibrio.
Ø Observar
y analizar la intención de la razón por la que hago ciertas cosas o me abstengo
de ellas.
Ø Checar si me agrada ser el centro de atención, en caso
positivo, piensa por qué, qué sientes al hacerlo.
Ø Revisar si a la mínima provocación te gusta alardear que
conoces gente importante. Si sí, preguntarnos el motivo.
Ø ¿Siento que siempre tengo la razón? ¿Por qué?
Ø ¿Me gusta impresionar a otros? ¿Por qué?
Ø Cuando hay problemas ¿veo solo lo negativo o doy alternativas
de solución?
Ø Si hago algo mal ¿culpo a otros, me justifico o asumo mi
responsabilidad? ¿Por qué?
Ø ¿Soy de las que ve el vaso medio vacío o medio lleno? ¿Por
qué?
Ø ¿Es difícil para mí relacionarme con otros? ¿Tengo miedo al
rechazo? ¿Por qué?
Ø Analizar si me gusta hacerme la mártir y la intención.
Este artículo está escrito por una persona que ha luchado muchos
años con la soberbia. El Señor se ha encargado de ir moldeándome a lo largo ya
de 14 años, de varias formas que Él sabe ha necesitado mi corazón. Hace unas
semanas Dios ha regresado a esta área, por eso escogí este versículo para
escribir.
Lo “nuevo” es que me
di cuenta que me justifico cuando me equivoco (juraba que yo no hacía eso), que
tengo miedo al rechazo, que mi forma de hablar de otros es despectiva, que he
desestimado los consejos de mi esposo, y la cereza del pastel, que yo también
puedo ser distraída, y en cosas grandes, como chocar a otro auto.
Te contaré esta última. Venía en un crucero para llevar a mi
hijo a la escuela hace poco más de un mes, y aun cuando vi que el auto de
adelante avanzó, en lo que voltee a ver si yo también podía pasar, resulta que
el auto de adelante se había parado, y le clavé los tornillos de mi placa en su
defensa trasera.
No sabes lo humillada que me sentí, aun cuando vi que estaba
entero el auto (y no quiero que parezca autojustificación), pasó por mi mente
en tres microsegundos todo esto: “Ya entretuve a la persona que viene en ese
auto; no sé a dónde vaya; si es importante lo que tiene agendado para hoy y por
mi culpa no va a llegar; si me maltrata,
tiene razón, sentiré más horrible pero me lo merezco por tonta…”
Ante esta escena angustiante, Dios fue bueno, y salió un
hombre como de mi edad, salí del auto y solo le rogué: “Perdóneme por favor, no ví que
paró el auto”. Y me respondió increíble, misericordiosa y amablemente: “No se
preocupe señora, estos incidentes pueden suceder a cualquiera.”
Esta frase, me retumbó hasta el alma “estos incidentes pueden suceder a
cualquiera.”. “Yo también soy cualquiera, quién soy yo para no
equivocarme y cometer errores”, pensé.
Esto que me pasó se llama aceptación, “es la respuesta al
dilema de lo ideal en contraposición a lo real. Esa es la gracia” (Op. Cit.).
¡Me hace falta tanta gracia, aun para conmigo misma!
Mi tendencia natural es ser lo ideal, pero ya no soy más
condenada por no ser perfecta, “ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús” ( Rom. 8.1) . Si Él ya me aceptó así ¿por qué yo no? El
autoconcepto correcto es el que Dios tiene de mí, con mis fortalezas y
debilidades en un mismo paquete que se llama Jéssica.
Y el versículo que estudiamos
hoy termina diciendo: sino
que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a
cada uno.
F.F. Bruce, citado por M. Henry, comenta que es “el poder espiritual que se ha
dado a cada cristiano al efecto de cumplir con su responsabilidad.”
“Más bien,
véanse ustedes mismos según la capacidad que Dios les ha dado como seguidores
de Cristo”, dice la TLA. Si tengo algo bueno, es porque el Creador me lo
dio para Su gloria, no para la mía.
“Pensamos que somos diferentes, mejores que
otros, es porque somos objeto de Su gracia especial, a su gusto soberano, pero
no porque seamos mejores” (E. Lutzer).
Así
ha dicho Jehová: El que cae, ¿no se levanta?
El
que se desvía, ¿no vuelve al camino?
Jer.
8.4.
Tú,
Señor, levantas a los que tropiezan,
y
reanimas a los que están fatigados. Sal.
145.14.
Cuando
a Dios le agrada la conducta de un hombre,
lo
ayuda a mantenerse firme.
Tal
vez tenga tropiezos, pero no llegará a fracasar
porque
Dios le dará su apoyo.
Sal. 37.23, 24. (TLA)
Por Su gracia, (esta será mi firma desde hoy)…
Jéssica M. Jiménez Barragán.
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