Estas
dos últimas semanas me ha tocado enseñar en la escuela dominical sobre la
familia de Isaac, y hoy quiero compartirles dos lecciones sobre Rebeca.
Todas
nos emocionamos con la historia de cómo se gestó el matrimonio de Isaac con la
servicial y generosa joven Rebeca (Gn 24).
Y llegó el tiempo de que Dios bendijo
este matrimonio con hijos: Esaú y Jacob (el embarazo se cita a partir de Gn 25.20).
Pero
los detalles empiezan cuando dice:
Gn 25.27, 28.- Los muchachos fueron creciendo, y Esaú se convirtió en un hábil
cazador. Él era un hombre de campo, pero Jacob tenía un temperamento tranquilo
y prefería quedarse en casa. Isaac amaba a Esaú porque le gustaba comer los
animales que cazaba, pero Rebeca amaba a Jacob. (NTV)
1. No tener preferencias con los hijos.
Aquí
describe las personalidades de cada hijo, diferentes, cada uno con sus
fortalezas y debilidades, como todas las creaciones de Dios, que nos dotó con
un propósito definido. Pero en lugar de tratarlos igualitariamente, sus padres
decidieron tener preferencias, o como decimos ahora “consentidos o chiqueados”,
lo que nos lleva a sembrar amargura en los corazones de los pequeños. A tal
grado, que hubo un momento en que Esaú dijo:
Gn. 27-41b.- Entonces Esaú comenzó a tramar: «Pronto haré duelo por
la muerte de mi padre y después mataré a mi hermano
Jacob».
Es
normal que sientas mayor afinidad con cierto hijo (a), pero hay que cuidar los
corazones. Yo solo tengo un hijo, pero tengo el ejemplo de mi suegro, que no
hace ninguna acepción con alguno de sus tres hijos, a todos los trata igual,
sin distinción. Eso lo admiro de él.
2.-Ejemplo de la madre.
Cuando
Isaac se sintió ya viejo y sus días terminaban, dijo a su primogénito Esaú que
le hiciera su guisado favorito para bendecirlo antes de morir (Gn 27). Pero Rebeca lo escucha y le
dice a su hijo consentido que ganara la bendición de su hermano y tramó engañar
así a su marido, con todo y que sabía que Dios había planeado que el mayor
serviría al menor (Gn 25.23), pero
Rebe quiso “ayudarle” a Dios.
Aun
así Jacob reaccionó ante el pecado de su madre y le dijo:
Gn. 27.12, 13.- Quizá me palpará mi padre, y me tendrá por burlador,
y traeré sobre mí maldición y no bendición.
Y su madre respondió: Hijo mío, sea sobre mí tu maldición;
solamente obedece a mi voz y ve y tráemelos.
¡Qué
versos tan impresionantes! En otras palabras, Rebeca diría: “No me contradigas
muchacho, a ti que no te importe, solo haz lo que te digo.”
Se ve
que Jacob fue redargüido y le responde a
su madre que está mal, sabía las consecuencias, pero ella estaba cegada con el
“amor” y deseo de “protección” para su hijo, que ni siquiera se dio permiso de
reflexionar un poquito sobre las consecuencias.
De la
madre engañadora, su hijo mentiroso, o mejor dicho, de tal palo, tal astilla.
¿Sabes?
Durante muchos años yo sabía pecados que debía abandonar, pero pensaba: no son tan graves y no creo hacer daño a
alguien, en su caso, no son tan importantes, o los que me conocen ya saben que
así soy y ya. Algún día me darán ganas de cambiar.
Cuando
nació mi entonces bebé, un día, soñando despierta sobre ciertas actitudes
positivas que yo deseaba tuviera mi hijo cuando fuera grande, me percaté y
dije: ¡Cielos! Cómo voy a enseñarle eso si yo no lo hago, si no cambio esto
antes de que mi hijo hable ¡lo voy a dañar! Le voy a contagiar esto que no es
bueno para él (¡ni para mí tampoco!). Como bien decía mi profesor de Vida
Cristiana, no hay principios bíblicos para grandes y niños, son para todos por
igual.
Ha
sido mi motivación en cambiar bastantes áreas que Santi no debe aprender, o si
las aprende ¡¡que no sea de mí!!
Hay
estudios seculares que señalan que la influencia en el carácter, defectos,
decisiones y forma de vida alcanzan
hasta la tercera generación.
Qué
responsabilidad tan grande. El ejemplo arrastra. Puedo decir mucho a mi hijo,
enseñarle versículos, vocabulario cristiano, alabanzas e historias bíblicas,
pero si no le doy ejemplo, si no lo vivo, de nada sirve.
Yo no
le enseñé a mi pequeño a decir gracias. Él vio que sus padres se daban gracias
entre sí y solito empezó a ser agradecido. Desde chiquito, me ve leer, y le
encanta acostarse y ver libros, yo no se los di, ni le dije que es hermoso
leer, ni lo pongo a ver libros, simplemente se los coloqué a su alcance.
Hace unas
semanas empezó a decir que le daba pena con las personas extrañas. Y le dije el
domingo que llegamos a la iglesia: “Vamos a decir Hola” y me contesta: “No
mamá”, con actitud de vergüenza. Entonces respondí: “me vas a acompañar a ver
cómo mamá saluda”. Y sé que si soy perseverante en eso, él va a llegar a
saludar a los extraños solo sin que yo lo envíe.
Y así
puedo seguir la lista, si somos personas que acostumbremos hacer ejercicio, que
cocinamos con empeño, si somos ordenados, amorosos, higiénicos, perseverantes,
y viceversa, flojos para la actividad física, cocinar con fastidio,
desordenados, distantes, sucios, inconstantes, etc., nuestros descendientes lo
serán, o por el contrario inspirados por nuestro mal ejemplo no querer ser como
nosotros.
Y no
estoy diciendo que Rebeca fuera mala mujer, simplemente pecadora redimida, con
aciertos y áreas siempre por cambiar, porque perfectos hasta que lleguemos al
cielo, pero hay que tener cuidado y estar siempre examinando nuestros corazones
para afectar lo menos posible negativamente hablando.
Sal. 139-23-24.- Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
Pruébame y conoce mis pensamientos;
Y ve si hay en mí camino de perversidad,
Y guíame en el camino eterno.
“En
algunas partes de Suiza, suelen enjaular a un canario con un ruiseñor, con el
fin de que aprenda el uno el cantar del otro. El aprendizaje es un resultado de
estar juntos.”
Que
Dios tenga misericordia de nosotros y dejemos actuar al Espíritu Santo, para
librarnos de ser tropiezo para nuestros amados hijos.
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