Por Everardo Martínez.
Tengo la bendición de tener un excelente papá. Lo
recuerdo enseñarme a jugar.
Yo no fui tan buen padre, pero papá si lo fue conmigo.
Me enseñó a jugar, a patear un balón, a ir a la unidad deportiva, a correr, a
practicar el deporte y disfrutarlo.
Conservo imágenes de él tirado en el suelo jugando
conmigo. Canicas, monos, trapos, zapatos, no había mucho dinero, pero se las
ingeniaba inventando juegos con lo que había.
Jugábamos
boliche parando monos frente de la puerta de la
calle y los tumbábamos con una pelota.
También aprendí
a cuidar a mamá, si un día va usted a casa, verá la escena de ella esforzándose
porque él coma caliente mientras ella sigue dando vueltas a la cocina. Y papá
esforzado por no comer a fin de esperarla.
Cuando estaba
pequeño estas escenas eran molestas, luego creces, te acostumbras y hasta son
cómicas, pero ahora de adulto me deleita la belleza de ese cuidado
de ambos por ambos. Gracias Dios por el papa que me diste.
Todos
los casados tenemos otro Apá, aunque no todos tienen la fortuna de desarrollar
esa relación. Yo si la tuve. El buen Mario.
Amo
muchas cosas en su vida, amo a sus Chivas del Guadalajara, amo a su familia,
amo profundamente a sus hijas, a las 5, y se dedicó y trabajó mucho por darles
lo mejor.
Se
esforzó por criarlas, educarlas, que estudiaran una carrera, que fueran mujeres
buenas, lo logró. Perseveró sobre todo por enseñarles El Camino, no solamente
un camino, o los caminos, o un “buen” camino. Sino El Camino. Se los transmitió
de diferentes formas hasta que las vio allí …
Un
día, llegó temprano el tiempo que queremos que llegue tarde. Su batería renal
se fue acabando, asombrados lo vimos decolorarse hasta partir. Y en ese punto
que parecía haberlo perdido todo, en Verdad lo tenía todo: Su Señor.
Festejemos
lo que tenemos, agradezcamos lo que tuvimos.
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