lunes, 6 de mayo de 2013

Mamá recién nacida




Era un viernes 9 de octubre de 2009 cuando Dios se acordó de mí y me enteré que estaba embarazada, luego de casi una semana de "probar" al Señor como Gedeón, porque se había retrasado mi regla y no quería sufrir otra desilusión: 

"Si no estoy embarazada, por favor que  ya mañana tenga mi periodo". Pasado el día:"Bueno, entonces si tampoco hoy, entonces significa que sí estoy, pero a ver si mañana de nuevo no, entonces sí lo confirmo", al tiempo que pedía perdón a Dios por estar dudando de esa manera.

Y con mi esposo no hablábamos del tema, hasta que un jueves por la noche, estudiando para mis clases, le dije a Edgar que sentía unos piquetitos extraños en el vientre desde la tarde, no se me quitaban y ya me estaba asustando. 

Ahí él me confesó que estaba evadiendo el tema porque tampoco quería ponerse triste. Así que oramos y lloramos una vez más, y casi a la una de la mañana del viernes, salimos a la farmacia a comprar una prueba de embarazo.

Cinco años y nuestro Creador respondió, ya solo pedía quedar embarazada por lo menos,  y habiendo ya empezado el complicado trámite de la adopción. 

Estábamos muy contentos, al grado que pensaba: "Si tuviera dinero para contratar un espectacular en el Periférico de la ciudad ¡lo haría para anunciar a todos semejante milagro! 

Aunque los pronósticos no eran muy alentadores, seguí  al pie de la letra las instrucciones de mis médicos, estaba agradecida de saber cómo se sentía la noticia de tener un bebé dentro mío.

Desde ese entonces ya era mamá, y empezaban las renuncias...tuve que dejar de trabajar para que nuestro hijo no corriera peligro, llega el momento en que no puedes ni siquiera dormir como te gusta (yo boca abajo),  comer lo que te agrada, hacer lo que te gusta, por el bien de ese niño. Iniciaba el amor sacrificial de ser madre.

Llegó la semana 36 con dos días y Santiago se enredó con el cordón umbilical, tres vueltas en el cuello y una cuarta en los hombros y era necesario sacarlo de inmediato.

Mi parto se complicó y por la gracia de Dios me dejó con vida, perdí casi dos litros de sangre y quedé con anemia.

Pasaron las tres semanas y mi mente divagaba: "ya tres semanas, se han ido tan rápido, y yo que duré casi cinco años esperándolo... y si se va a estudiar al Instituto Bíblico (eso es a los 18) y qué tal que regresa ya con novia y se quiere casar.... y es el único hijo que voy a poder tener... y lloraba... al tiempo que decía: "Así debe ser, no tengo por qué estar llorando..."

Ahí empezó eso de ser mamá recién nacida. Pareciera que a la dama de hierro literalmente le cambiaron el cerebro. Yo no era tan sensible, y mucho menos cursi ¡no me reconocía! 
Por supuesto que tardé en comunicar lo que me estaba pasando a mi esposo, porque pensé que se burlaría de mí ¡claro que esa no era yo!

Ahí empecé a entender el versículo que dice que "Pero María guardaba todas esas cosas, meditándolas en su corazón"(Lc. 2.19). 
Desde ese momento lo hago y quisiera detener el tiempo y atesorar cada segundo que vivo junto a mi pequeño. Yo creo que por eso le tomo tantas fotos, tengo la cámara en la cocina para captar cualquier nuevo cambio y logro que tenga.

En ese instante también empecé a meditar en mi mamá, hasta ese momento me pregunté cómo le había hecho con tres hijos (dos de nosotros enfermizos hasta los 10 años de edad), trabajando dos turnos y nos hacía la comida, lavaba la ropa, limpiaba la casa, nos revisaba tareas y preparaba sus clases.

Hasta entonces valoré lo que ella hizo por mí, qué malagradecida, 36 años después... y se lo dije, ya que tuve que irme a su casa durante la cuarentena porque quedé muy delicada de salud y mi esposo debía trabajar.

Recuerdo mucho cuando una vez me ayudó a levantarme, y yo le comenté que no lo hiciera, ya que ella tiene principios de osteoporosis, y ella me contestó serenamente: "No importa, dame tu brazo". Ahí vi que ella estaba dispuesta a sufrir por mí sin ningún  inconveniente, ese era el amor incondicional de una madre.

Y así, una cosa tras otra, descubriendo mi nuevo rostro (más apacible), nuevas preocupaciones, el poner a nuestro hijo como prioridad antes que otras necesidades qué suplir, conociendo el carácter de ese nuevo ser que aunque pequeño, siempre ha sido muy determinado, tratando de poner en práctica lo que había aprendido para cuando tuviera un descendiente pero no todo funcionaba, leyendo, consultando, investigando cómo debía actuar conforme pasaban las semanas, aquilatando responsabilidades y circunstancias que nunca me habían pasado por la mente.

No te voy a mentir diciendo que todo ha sido color de rosa, para empezar quedé muy débil físicamente durante varios meses y me cansaba mucho atender la casa, esposo e hijo, me surgió ser iracunda y lloraba de todo. Ni yo misma me aguantaba.

Mi matrimonio sufrió cambios después de haber estado solos por casi ocho años y salir a la hora que fuera y a donde quiera, y más después de estar nueve meses encerrada, más los 40 días que estuvimos aislados Santiago y yo, y los meses posteriores en que no debíamos exponerlo a lugares con más de 50 personas.

A pesar de que estoy dispuesta  y convencida de que estar en casa formando a mi Santi es lo mejor, he luchado con el encierro y con poner en pausa mi desarrollo profesional.

Pero he aprendido en estos casi tres años, en que es una batalla constante, un día a la vez, recordar cuánto anhelaba ser mamá y cuánto hubiera dado por estar viviendo lo que ahora Dios me ha dado.

Hay que poner las prioridades en orden y cuál había sido nuestro plan como familia y como persona.

Agradezco al Creador haberme dado la oportunidad de estar viva, hace poco me enteré que a una mujer le pasó lo mismo que a mí en el parto y murió. Dios me dejó aquí y cada cumpleaños de mi hijo es uno mío también.

De ahí surgió el Blog "Con Visión de Hogar", para animar a las mujeres que como yo, a veces contendemos con Dios sobre nuestra función, pero al mismo tiempo hay que recordar que es un gran desafío y privilegio ser mamá. 

Termino con los siguientes versículos: 

Prov. 31.25.- Fuerza y honor son su vestidura;
Y se ríe de lo por venir.


 1 Sam. 12.21, 24.- No os apartéis en pos de vanidades que no aprovechan ni libran, porque son vanidades.
Solamente temed a Jehová y servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha hecho por vosotros.


Por Jéssica Jiménez de Beltrán.
Escrito para el Blog El Viaje de Una Mujer.

2 comentarios:

  1. qué hermosa historia amiga, Dios es bueno, oh cuanto agradezco a Dios por haberte conocido, conocer tu corazón, eres una bendición y me alegro por ser tu amiga aunque sea por esta red que hace conexiones divinas. Te bendigo!

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