lunes, 8 de abril de 2013

Una familia de corazón saludable


Una casa se edifica con sabiduría
    y se fortalece por medio del buen juicio.
-Prov. 24.3 (NTV)

      … Por el título no hablo precisamente del colesterol amigas!!   Me refiero a la salud emocional y espiritual  de nuestros amados.
      En la semana estuve leyendo la historia sobre una persona que recordaba su niñez y la manera en que decidía a qué chico invitar a jugar. Él consideraba la reacción de los papás cuando el amigo les pedía permiso para salir y si le causaba problemas.                                  
      ¿Alguna vez te has preguntado qué impresión causas a los amigos de tus hijos? ¿Tus hijos se comportan igual en tu presencia que en tu ausencia?
      Imagínate que hasta la fecha, este hombre recordaba las caras y respuestas de los adultos al tocar la puerta de sus casas, si le contestaban el saludo, si sí respondían pero secamente, si tenían palabras amistosas, si le invitaban o no a pasar, o incluso a jugar o a comer un pedazo de pastel…
      Estas actitudes revelan si los hijos se sienten amados, intimidados, denigrados, atendidos, controlados en exceso, heridos, valorados, distantes, respetados, inseguros, juzgados, protegidos, marca cómo se conecta entre sí esa familia y si cumple con su función de desarrollar a cada miembro para que se sienta pleno y felíz, si es un lugar seguro para aprender y disfrutar.
       Como hijos, no escogemos los padres que deseamos tener, es parte de los inalterables de Dios en nuestras vidas. Así que como papás es nuestra responsabilidad crear una familia lo más saludable posible para que cada integrante, que es único y distinto, crezca de manera sana e interdependiente (que es el estado medio de la independencia y dependencia).
       La familia es un cuerpo, y cada miembro es distinto y esencial, Dios tiene un propósito para ellos juntos y ser de edificación mutuamente.
      Vamos revisando algunos aspectos que es importante cuidar.
      Empezaremos por  aprender a manifestar los sentimientos, empezando desde pequeños, para reconocerlos, saber cómo se sienten, externarlo y buscar juntos una solución para estar en paz y contentos.
       Esto se enseña desde chicos, Santi tiene dos años y sabe decir si se siente frustrado, triste, enojado, preocupado, cansado o felíz y a platicar al respecto, y me gusta, porque para él es un ejercicio tan común que él me pregunta: ¿cómo estás mami? ¿cómo te sientes?
       A él le da paz entender por qué se siente así, que todos podemos estar con esos sentimientos y cómo trabajar en ellos, darle opciones y con qué límites.
       Cada miembro de la familia debe expresar con libertad cómo se siente para no dar paso a malos entendidos o suposiciones, que a veces entre los esposos son comunes.
       En ocasiones se piensa que al callar los sentimientos en la familia es bueno porque no preocupas a los demás o quieres resolver el problema solo, pero Dios a veces te provee de personas para darte ánimo.
       Si se tiene una buena comunicación, nos sentiremos valorados, importantes, con adecuada autoestima, sensibles e integrados.
      Asimismo, es agradable “expresar nuestro amor con un toque ocasional, preguntas que nos mantienen al día respecto a los demás, bromas que crean calor y cariño, no vergüenza ni ridículo”.
       Por su parte, hay que saber detectar en la vida diaria situaciones que  impliquen que se sientan reprimidos, por ejemplo,  no importa si los niños hacen ruido o se ensucian al jugar, si de repente un día quiere comer un chocolate o tomar jugo antes de comer, si tu esposo quiere alguna ocasión ir a un lugar que a lo mejor tu no disfrutas tanto, o ceder en tu tiempo de TV para ver el programa favorito de alguno. Las excepciones no deben dar lugar a conflictos en el hogar.
       No es bueno mostrar favoritismo por los hijos, cada uno debe ser igual valorado por los dos papás. Si no, pregúntenle a Isaac y Rebeca.
       También es útil tener una hora del día para compartir en algún lugar de la casa, todos necesitamos ser escuchados para atender al corazón y conocer sus deseos y metas personales.
       No podemos exigir hijos perfectos o que imiten o disfruten de lo mismo que sus padres, o aun entre esposos, no hay que abandonar nuestra propia individualidad, dones, hobbies y placeres (dentro de los parámetros que Dios marca obviamente). Hay que estar con los ojos bien abiertos para impulsar la creatividad, vocación y deleites de cada quien.
        Por ejemplo, yo no estoy hecha para hacer deportes, sin embargo a mi esposo le gusta, y no por eso me voy a enojar si se va a hacer ejercicio, o impedir que mi hijo tome clases de natación aunque yo sea hidrofóbica. A mí me encanta leer en mi tiempo libre, y mi marido me regala libros en lugar de obligarme a hacer ejercicios en un gimnasio.
       Cuando tu hijo tiene un problema, pregunta primero cómo él cree que pueda resolverlo, y luego ayudarle a desarrollar la habilidad de solucionar conflictos, asumiendo su responsabilidad si es el caso, o simplemente perdonar y hablar con la otra persona para hacerle saber (con respeto y ánimo de edificación) que le hizo daño, esto básico para su convivencia interpersonal.
       Lo importante de una familia no es solo vivir en una casa, sino permanecer unidos de corazón en cualquier circunstancia, respetando los límites y la personalidad de cada quien, y perdón por la insistencia, pero es fundamental.
       Es triste cuando las familias necesitan estar con otros para platicar, o que en la conversación con alguien más te enteres de los planes o gustos de tus hijos, o que no sepas cuál es el sabor de helado favorito de tu esposo; no puedes esperar que te respeten si en la iglesia eres una persona y en la casa otra. Las reacciones y convivencia en la familia suelen mostrar muchas cosas.
Sal 119.80.- Sea mi corazón íntegro en tus estatutos,
Para que no sea yo avergonzado.

       El sano apego, confianza y afecto entre las familias, es notorio para los que les rodean, es resultado de cultivar convicciones personales espirituales y haberte ganado el corazón de cada uno a lo largo de los años, pedirles ayuda cuando batallo con algún pecado, perdonar y pedir perdón, ser transparentes.
Prov. 20.7.- Camina en su integridad el justo;
Sus hijos son dichosos después de él.

       Como mujeres esposas y mamás, y aun más si trabajamos en casa, es indispensable, crear un ambiente armonioso en el hogar, que sea acogedor, que les guste estar en casa y la disfruten, que se note el gozo que el Señor nos da.
       Trabajemos para ser sabias y tener una familia que honre al Señor.

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